jueves, 16 de agosto de 2012

Estar juntos, un regalo de la vida

Reflexiones acerca de nuestros mayores y su presencia en nuestro hogar.
 

Tendría tantas cosas que decir. Aquellas que dejé en el tintero, esperando el momento idóneo para hablarte, abrazarte, escucharte. Los momentos se fueron en medio  de la vorágine de mi actividad. Mis ojos no supieron ver tu necesidad. Mis oídos, inmersos en los ruidos de las cosas que me atraían, no supieron diferencia tu voz de auxilio, demandando cariño, afecto, atención. Tú te merecías mucho más que lo que te estaba dando. Allí en aquel rincón, sin moverte. Tu cuerpo limitado por el desgaste de los años. Tu piel, expresión del tiempo transcurrido, curtida por el sol, por el viento y por el frío. El movimiento de tus costillas, tu dificultad para respirar, tu mirada perdida,  me hacían  tomar consciencia del poco tiempo que estarías entre nosotros.  Aún así no supe ponerme a tu lado, aparcar mis intereses y coger tu mano. Hoy observo tu sillón favorito, no se mueve, no estás. Aún queda en el ambiente tu olor característico. Te gustaba usar colonia fresca, la misma. La que te regalábamos  cada año. Y tu, cuando la recibías, ponía cara de sorpresa, sabiendo de antemano cuál era tu regalo. No teníamos originalidad a la hora de osequiartee algo, pero tú, con tu presencia, hacías de ese momento algo especial. ¡Siempre tan agradecido!

¡Cuánto echo en falta tus bromas! Las noches que pasábamos juntos frente a la chimenea  en nuestra humilde casa ¡ Cuántos kilos de mandarinas nos comíamos mientras manteníamos diálogos sin contenido aparente, disperso, variopinto,  pero ricos en relación! No importaba lo que dijésemos, lo que importaba realmente era estar juntos. No había intención de demostrar nada. ¡Estar unidos era lo más importante, lo más maravilloso! Pudiéramos no estar de acuerdo en muchas cosas. Tu generación, tu ideas, tu forma de ver la vida, eran diferentes a la mía. Pero…¿qué importaba eso? Ahora valoro más que nunca tu personalidad, tu saber estar, tu paciencia, tus olvidos intencionados para no preocuparme, tus silencios.
Poco a poco fuiste perdiendo tu memoria. Cuando me preguntaste: Y tú.. ¿quién eres?, mi corazón se partió en mil pedazos. Aparté la mirada de ti para que no vieras deslizar las lágrimas por la mejilla, apreté mis puños y ordené a mis piernas que me sacaran de la habitación, porque ni mi mente ni me corazón  podían sostenerse. ¿Qué pasaba por tu mente? Tu cuerpo, era el tuyo, seguro, pero… ¿tus pensamientos? ¿qué sucedía en tu interior? Hoy me enteré que lo último que se pierde es la memoria afectiva. Me sentí reconfortado. Te abracé, te lavé, te acaricié. Aún hoy siento tu respiración cerca de mi pecho.